Vesna tenía las dos piernas enyesadas, fractura de cráneo y había sufrido hemorragia cerebral. Tres de las vértebras de su columna estaban rotas y era víctima de una parálisis temporal.
Sólo entendió lo que había ocurrido cuando le mostraron los periódicos: aquel hombre en Copenhague era un terrorista, y había dejado cobardemente una bolsa con explosivos dentro del DC-9.
Cuando sobrevolaban Checoslovaquia explotó, despedazando al avión. Una de las primeras personas en llegar a los destrozos, en la ladera de una colina cubierta de nieve, era un hombre que había sido paramédico en las tropas alemanas años atrás. Entre el metal retorcido, encontró a una mujer con el torso y la cabeza fuera de los restos, aunque atrapada desde la cintura para abajo. Increíblemente tenía pulso, y este ex paramédico supo qué hacer. Esa mujer era Vesna.
Posible explicación
Una caída desde una altura de 10 metros ya puede considerase fatal. Es decir, la mayor parte de las personas que caen a alturas mayores que ésta mueren. Cuanto más alto, mayores las probabilidades de morir. En esos 10 m. de altura (unos tres pisos) la fuerza de gravedad tiene tiempo para acelerar el cuerpo hasta cerca de los 14 m/s, o sea, casi 50 km/h. Cayendo desde 100 m de altura se tarda 4,5 segundos para llegar hasta el suelo, tiempo suficiente como para que la fuerza de gravedad de la Tierra consiga aumentar nuestra velocidad hasta los 160 km/h.
Una caída libre desde 10.000 m. de altura sería, en principio, suficiente como para que la velocidad final llegue hasta los 1.600 km/h. Pero en la práctica ocurre algo interesante.
La “caída libre” en verdad no es tan libre. El planeta en que vivimos tiene una atmósfera, que como todo fluido, tiene viscosidad. Esta viscosidad es suficiente como para oponerse al movimiento de un objeto y limitar su velocidad. Así es que gracias a esta resistencia del aire, un ser humano cayendo desde gran altura hacia el suelo tiene dificultades para pasar los 200 km/h.
En los accidentes aéreos descritos más arriba, a pesar de que cayeron desde tres alturas diferentes, ninguno sobrepasó los 200 km/h.
Es más, cualquier caída desde más de 600 metros de altura tiende a estabilizarse a esta velocidad. O sea que todos cayeron como si hubiesen caído sólo desde los últimos 600 m; el resto del camino encima no importa. Claro que estos 55 m/s residuales hay que eliminarlos de alguna forma.
En el caso de la azafata Vesna, el hecho de haber caído dentro de un pedazo de fuselaje puede haber tenido dos efectos: primero hay que analizar lo que en aerodinámica se llama coeficiente balístico, que explica cómo un objeto grande y pesado puede caer por el aire de manera relativamente lenta si es que es poco denso, por ejemplo, si es hueco. Segundo, en el choque el fuselaje puede haber actuado, de alguna manera, como el auto de Fórmula 1, amortiguando el golpe al aplastarse. Y la ladera de la colina, inclinada y cubierta de nieve, seguramente actuó de manera similar a una barrera de neumáticos, frenando al fuselaje progresivamente.
Aunque como dijo Vesna, no hay que llamarlos suerte. Suerte sería no haberse caído, para comenzar.
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